viernes, 2 de mayo de 2014

LA JORNADA PREGUNTA A ELENA PONIATOWSKA



Armando G. Tejeda
Corresponsal
Periódico La Jornada
Sábado 26 de abril de 2014, p. 2
Madrid, 25 de abril.
Una lectora española, fiel y devota de la obra de Elena Poniatowska, se seca las lágrimas con un pañuelo mientras intenta controlar la agitación que se expresa en su pecho y en su voz temblorosa: Me falta el aire. Yo sólo la quería abrazar y darle una carta y lo he conseguido, explica Susana Galván instantes después de su encuentro con la escritora, para después recitar de memoria algunos pasajes de los libros más importantes de la autora mexicana.
Otra lectora, en este caso una empresaria, quien acudió a un desayuno en el lujoso Casino de Madrid, tras salir de la emotiva charla simplemente repetía sin cesar: Esta señora es un tipazo.
En el último día de su sueño cervantino, Poniatowska fue propagando por Madrid su sencillez y sus palabras hondas, cargadas de significado, como cuando advirtió a los jóvenes estudiantes de la Universidad Complutense que nunca guarden silencio. Siempre levanten la voz. O cuando habló de esa inmensa lápida que los mexicanos llevan sobre los hombros, que es el narcotráfico, o cuando confesó que el personaje que más ha marcado su vida y más ha respetado, al servirle además de guía y consejera, incluso después de su muerte, es Jesusa Palancares, protagonista de su novela Hasta no verte Jesús mío, personaje inspirado en la vida de Josefina Bórquez, quien al final de su vida se quedó menudita, logró alcanzar la esencia.
El Premio Cervantes es considerado el Nobel de Literatura en español y, como tal, también provoca que a quien se le otorga despierte un entusiasmo masivo.
Poniatowska, colaboradora de La Jornada, se ha convertido además en la cuarta mujer en recibir ese reconocimeinto, después de la filósofa española María Zambrano, la poeta cubana Dulce María Loynaz y la novelista española Ana María Matute.
El Cervantes también ha servido para prestigiar aún más la literatura mexicana, al ser la quinta figura literaria en obtenerlo, después de Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol y José Emilio Pacheco.
Con su apariencia de abuela paciente –como dijo alguna vez Carlos Monsiváis– y su engañosa timidez distraída y hasta ingenuidad bisoña –como han podido constatar muchos de sus entrevistados–, Elena Poniatowska cautiva a España de una forma inédita. Las personas, sus lectores, que crecen por legión, la abrazan, le dedican unas palabras de admiración y respeto, la miran a la cara, le solicitan que apoye su causa o, simplemente, como lo hizo Susana Galván, le piden una firma y le entregan una carta antes de recuperar el aliento en un lugar apartado del bullicio que estos días lleva a cuestas la escritora mexicana.
Contra las palabras que denigran
La primera cita del día de Poniatowska fue a las nueve de la mañana, para acudir a un desayuno con empresarios, gestores empresariales, periodistas y políticos. Era un escenario inédito para ella, quien nunca había asistido a esos convites tan típicos en México y que –según ella– sirven para las intrigas políticas y para conspiraciones.
Recordó que una vez que la invitaron a algún desayuno, cuando todavía vivía su esposo, Guillermo Haro, éste le dijo que les respondiera que ella era una mujer que desayunaba con su marido. Así lo hizo y por eso hasta hoy acude a una cita parecida.
El desayuno fue en el Casino de Madrid y ahí, arropada por el director de la Real Academia de la Lengua, José Manuel Blecua, la novelista habló de todo un poco, pero también sobre la lengua que compartimos y que, a pesar de la invasión de los anglicismos y extranjerismos, se va enriqueciendo. Todo lo que enriquezca a la lengua no hay que rechazarlo, pero yo sí me alegro de algunas palabras que van a morir. Me refiero a las que denigran y son despectivas con las personas, como naco y naquiza que, afortunadamente, en México ya están desapareciendo, dijo Poniatowska, quien además reiteró su cerrada defensa de la ortografía y del buen escribir, al reconocer su profundo desacuerdo al respecto, con el Nobel colombiano Gabriel García Márquez, quien falleció el jueves 17.
Poniatowska derramó su encanto entre los invitados, algunos directivos de importantes empresas –como el máximo ejecutivo en España de la telefónica francesa Vodafone–, así como políticos de diverso credo y periodistas de numerosos medios de comunicación españoles.
Todos ellos tenían preguntas de lo más variadas que iban desde su postura sobre la despenalización del aborto, que ella defendió con un argumento tan sencillo como decir, tras aclarar que es una católica más que va a misa, que era partidaria de que la única que debe decidir sobre su cuerpo es la mujer.
O sobre la guerra del narcotráfico y la cauda de sangre y muerte que ha provocado en México, y que ella reconoció que es un lastre que no hemos logrado superar después de que estallara en los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón.
Poniatowska expresó que el narcotráfico es una lápida sobre nuestros hombros y señaló que un amigo suyo colombiano, quien vivió en carne propia la época más sangrienta de la guerra contra el narcotráfico en su país, le dijo que la situación en México era bastante peor.
Sin embargo, también advirtió: Yo creo en la salvación de México, que es el gran país de América Latina, sin querer menospreciar a ningún otro.
Poniatowska también fue interpelada por otros asuntos domésticos de esa región, como su relación con el régimen de Cuba o su opinión sobre Hugo Chávez y su gobierno bolivariano. En cuanto a la isla, contó el momento que vivió en primera persona, que fue la entrada de los guajiros en La Habana tras el triunfo de la Revolución y aseguró que ella ahora ve a Fidel como un viejito feo que se debió ocupar de heredar su poder a otro cubano y no perpetuarse en el mando.

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